martes, 9 de septiembre de 2014

Fragmento del libro "Delirio" Laura Restrepo

"He adquirido el poder, dice la niña Agustina, uno que me sacude tan fuerte que se traga todas mis fuerzas; mirando hacia atrás, dice, creo que en eso se me fue la infancia, en hacer fuerza y acumular poder para impedir que mi padre se fuera de casa. Ayer, hoy, muchas veces, casi siempre lo oye pelear con su madre y amenazarla con las mismas palabras, que si tal cosa me largo, que si tal otra me largo, y ante todo Agustina no quiere que su padre se largue porque cuando está y está alegre es lo mejor del mundo y no hay nada, nada en la vida como su risa, como su limpio olor a Roger & Gallet y sus camisas inglesas de rayitas azules y blancas; a veces, cuando la casa está oscura, miro a mi padre y me parece que brilla, que despide un halo de limpieza, de elegancia y de buen olor, me gusta cuando me pide que me suene o que me limpie algún resto de comida que me ha quedado en los labios, porque entonces me pasa su pañuelo blanco entrapado en agua de colonia Roger & Gallet. He visto como el papá de Maricrís Cortés la sienta sobre sus rodillas y me arrimo al mío esperando que haga lo mismo  pero no es muy el estilo de mi padre eso de estar sentándose a los hijos en las rodillas o andar repartiendo besos y abrazos, pero toco el paño gris de su pantalón, que es así de suave por ser puro cashmire según dice mi madre, y que en realidad no es gris sino charcoal porque los colores con que viste mi padre sólo en inglés tienen nombre, y yo lo idolatro aunque a mí mucha atención no me presta porque sus favoritos son Joaco, para mimarlo, y el Bichi para atormentarlo, y porque tiene que trabajar todo el día y cuando está aquí se ocupa de su filatelia, pero Agustina, que poco a poco ha ido aprendiendo a tener paciencia, espera a que llegue el turno, que siempre le llega a las nueve en punto, a la hora que ella llama de nona, e sea el momento de prepararnos para pasar la noche protegidos contra los ladrones cerrando todas las puertas y todas las ventanas y mi padre me dice, Tina, ¿ vamos a echar llave?, es la única vez que me llama Tina y no Agustina y ésa es para mí la señal, a partir de ese instante y por un rato todo cambia porque él y yo nos metemos en un mundo que no compartimos con nadie, me da su llavero pesado que va sonando como un cencerro, me toma de la mano y vamos recorriendo los dos pisos de la casa empezando por el de arriba, y entramos a los cuartos aunque estén a oscuras y como estoy con él no me da miedo, la luz que despide mi padre llega hasta los rincones y dispersa el miedo, él y yo vamos callados, no nos gusta hablar mientras desempeñamos el sagrado oficio de ajustar con tranca los postigos de las ventanas y de echar en las puertas cerrojo y candado, me refiero a mi casa de antes, la del barrio Teusaquillo, porque después vendría la de La Cabrera, donde nunca hubo hora de nona porque es una construcción moderna que se cierra sola y porque ya por entonces mi padre no me llamaba Tina ni me daba su llavero, porque su cabeza andaba totalmente en otra cosa.

Páginas 88, 89 y 90. Editorial Alfaguara

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