miércoles, 24 de febrero de 2010

ME OLVIDÉ DE TODO HOY, de Many Aro Geraldes

¡Me olvidé de todo hoy! Fui en busca de una lapicera, y no pude recordar dónde las guardo (cuando no están tiradas por ahí). Al ratito, no mucho, encontré un cajón lleno de biromes de todos colores, me corrijo, de varios, algunas con tapita, otras sin. Comencé entonces a buscar papeles que sean dignos, me refiero a dignos hojas blancas, rayadas, lisas o incluso cuadriculas, enteras, sueltas o en bloc, también en cuaderno común o en espiral, y en lo posible grandes (en términos de librería u oficinísticos: tamaño hoja A3, creo).
Una vez que reúno estos dos elementos, comienzo los preparativos para una amena velada, a solas, entre mi persona, la birome, el cuadernillo rayado en espiral tamaño A4 que encontré y mi escritorio (algo en desorden), dónde paso la mayor cantidad de horas de mis días, donde descansa mi PC, los CD desboronados (algunos sueltos, sucios, sin tapa, sin nombre ¿?). Otros bien guardados en un lindo estuche rojo con cierre, comprado a un vendedor de subterráneo línea B, éstos todos con nombre, y portada; son los míos, los que disfruto cuando estoy sola.
En este escritorio (el que comparto con mi familia) también se encuentra el teléfono, libros, fotos, muestras de perfumes (que ya no vendo), una botellita pequeña de Fernet Branca (de adorno, ya no tiene Fernet, tiene Coca), y algunas cositas más que al no encontrársele otro lugar, posan su cuerpo en este bendito espacio.
Contaba entonces, que una vez reunido el elemento que tomado de la mano con otro elemento, y así sucesivamente, me siento en esta vieja silla (que no es precisamente la que amo), y me dispongo al sagrado momento de intimidad. Es ahí cuando algo comienza a incomodar, ¿qué hago? Cambio de silla, enderezo mi espalda, hasta me estiro (como los michis), y me dispongo nuevamente al contacto directo con mis compañeros antes mencionados. ¿Pero qué pasa una tarde solemne como hoy? Yo misma me río de mis pensamientos, más que reírme, me asusto. Me asombro.
Creí que tenía delante de mí todo lo que necesita una chica (de 38 años) como yo, una tarde como hoy.
Levanto la cabeza, miro el techo unos segundos, pero en realidad no lo veo, solo me dispongo a buscar eso que haga más placentero este presente, que no quiero que pase rápido. “El mate”. Sí, voy a la cocina, descalza, pongo la pava, y en pocos minutos estoy nuevamente a donde estaba (pero tomando mate).
Es en este momento en el que el corazón empieza a latir, un poquito más rápido de lo normal, me doy cuenta por qué, estoy acostumbrada, me encanta lo que viene a mi mente, pero me da miedo que luego ya no me guste más, o que no le encuentre el sentido, o que la inspiración que estoy sintiendo se vaya, suene el timbre, suene el teléfono. Recapacito, me río, y sigo disfrutando, disfrutando mucho, sonriendo nuevamente, llenando el mate, tomando, escribiendo, como danzando uno con el otro cada uno de los elementos, las ideas, los pensamientos, el sonido de la vida misma (que no es silencio), los recuerdos en la memoria, las conversaciones de ayer, las imágenes vistas, lo posible, lo imposible.
Luego, como si acabara el primer acto, baja un telón negro imaginario (o como el del primer teatro que actué), y todo queda en calma, como si la ola torrencial haya barrido todo lo de la orilla, se lo haya llevado mar adentro… Esa es la sensación. Y mis dedos no paran, como un orgasmo que no debe finalizar, me deleito, me gusto, me quiero.
La burbuja se rompe, y quedo medio desnuda en medio del living, miro, releo lo escrito, vuelvo a sonreír, otra vez me gusto, otra vez me quiero. Y así me tranquilizo, las pulsaciones logro dominarlas. Y continúo, es lindo lo que interrumpe, pero ya se fue. Sigo disfrutando.
¿De qué me he olvidado hoy? No lo sé, pero cuando comencé este relato, recuerdo que mi disparador fue ese “Me olvidé de todo hoy”. Y la verdad es que no sé si de todo, pero muchas cosas he olvidado, he dejado de lado, para dar paso a otras, por lo menos hoy. ¿A todos nos pasa? ¿No debo sentirme mal? ¿O cuando a todos nos pasa, todos nos sentimos mal? ¿Y eso está bien?
Es ahora, donde comenzaría el segundo acto, ese telón negro imaginario asciende. Pasó algo en el transcurso de la tarde, en el transcurso del relato, durante él. Mi felicidad transcurría en mi rincón, muy ameno, muy tranquilo, y ahora debo elegir, ¿una nueva prueba? Tiemblo por el susto.
La quietud de la tarde transcurre minuto a minuto, los pensamientos gritan dentro de mi cabeza, se escapan de mi figura y circundan la casa, cual Gasparín rondan, bailan, hasta se burlan de mí. Me enojan, los castigo, pero a ellos parece no importarle, es así cuando tomo conciencia del piso, del aire (que me asfixia), de la nueva interrupción, de cómo las cosas han cambiado a partir de este momento, de que el termo se vació, de que es la hora de cocinar, de que este segundo acto debe finalizar. Y me resisto, pero los aplausos comienzan a oírse, el actor debe retirarse.
Cuando en un tercer acto (también imaginario), el actor vuelve a la escena, su cuerpo debe ser otro, su mirada debe ser otra, el tono de su voz tiene que haber cambiado, pues le han sucedido una serie de cosas que deben haberlo modificado, tuvo que haber sentido de verdad para poder hacer esa transición. Eso nos pasa. Cuando relaté la búsqueda de la birome y el papel estaba mintiendo, tan sólo me limité a abrir un archivo de Word para poder volcar esta puesta en escena. Cuando fui descalza a la cocina en busca del mate, también mentí, tenía mis Ponys marrones (las viejas, las de siempre). No puedo mentir, lo hice como al pasar, pero no puedo dejarlo pasar. Por eso lo confieso aunque no cambia el sentido del relato, pero sí me hace bien. Así puedo continuar. Esta prisa por contar es cierta, legítima, verdadera, lo que ha sucedido esta tarde solemne también.
Decidí, a diferencia de siempre, que un escrito no tiene por qué terminar en un mismo rato, hoy soy capaz de hacer puntos suspensivos y mañana seguir. Es así como baja nuevamente el telón. Aplausos. Sólo resta un último acto, y la despedida.
¡Me olvidé de todo hoy! Mi maestra, entre muchas cosas también me enseñó, que cuando el actor se pierde en escena, debe volver a donde partió. Vuelvo a mi punto de partida. Pero no me siento perdida. En la realidad no transcurrió un acto más, transcurrieron dos días más, dos días en los que pensé, dormí, soñé, recordé, armé desarmé y extrañé. El corazón late fuerte nuevamente. Los pies levitan del suelo, la brisa acaricia la piel, el perfume envuelve el espacio, nada parece real. Pero la casa es la misma, el escenario es igual, sigo sentada en mi escritorio, casi en la misma posición; me descubro sonriente otra vez. Me gratifico, tengo muchas ganas de vivir. Aunque no llegue hasta el final, oigo los aplausos, son dentro de mí, los que me hacen dar cuenta que es momento de mirar al público, mirar con lo que haya quedado en el cuerpo, inclinarse como en una leve reverencia y despedirse. Así, sin más, volver, entrar en alguna habitación, enfrentarse al espejo, barrer el maquillaje, mirarse a los ojos. Recoger las pertenencias. Apagar la luz. Y andar.
Me olvidé de cosas en el camino, olvidé redondear mis ideas, pero cada vez que lea este relato sabré exactamente a qué me refería ese domingo solemne (olvidé mencionar que era domingo), con esas interrupciones, las chocolinas (tampoco las mencioné antes) que acompañaron mi mate, con las conversaciones de ayer, con las imágenes vistas, con la sonrisa dibujada en mi rostro, con lo posible, lo imposible, la locura, y con el tener muchas ganas de vivir.

1 comentario:

  1. Podría decirte miles de cosas, pero solo te digo una, estoy orgullosa de tenerte. Todo lo que escribís, refleja tu sencible personalidad.
    Seguí siempre igual, no cambies nunca, el triunfo lo tenés asegurado, en la parte artística y en la personal también. Te amo.

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