miércoles, 24 de febrero de 2010



UNO NUNCA SABE, de Many Aro Geraldes

Uno nunca sabe, me digo mientras miro una minúscula parte del espacio exterior, considerando éste, todo espacio ajeno a mi interior. Ajeno; ¿por qué ajeno? Si es mío, si lo que ven mis ojos lo veo yo, y nadie más que yo. Entonces, comenzando nuevamente… miro el espacio exterior, a mí persona, incluyendo el aura que me bordea, si es que existe, si es que existe en mí, en todos. Algunos cuantos dicen que sí, llego a creerlo, hasta en más de una oportunidad me lo he visto, o mejor dicho, “lo he sentido”.
De todos modos, veo aquello que realmente tengo ganas de mirar, y no digo “muchas”, porque no sé de qué tengo “muchas ganas”. Como antes. ¿Antes de qué? Preguntaría seriamente Alicia. Y ahí vendría una seguidilla de minutos explotados de palabras, algún nudillo interruptor, y luego más; cruzaría puentes, subiría y bajaría escaleras, rápido, corriendo, hasta incluso me tele transportaría como los pingüinos (virtuales).
Vuelvo al lago, a la impecable tarde, el libro abierto me sirve que apoyo, Guy Des Cars otra vez, y uno nunca sabe; las posibilidades son infinitas, los ojos brillan, los dientes también, se ven sonrisas, se oyen carcajadas, también aplausos, movimientos, eso es allá. Aquí vendría la inexorable pregunta de Alicia: ¿y acá? No viene al caso pensar ahora qué responder, es un momento demasiado bello.
Uno nunca sabe, me digo mientras lo observo todo, y digo, qué sencillo es observar, hasta con detenimiento (cuando la circunstancia lo permite), qué sencillo es sacar conclusiones, qué fácil resulta atar cabos (ajenos). Esta tarde decido eso.

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