Cruzaba el empedrado tan despacito, que yo siempre creí que
paso a paso contaba baldosa por baldosa, más de grande entendí la razón de esos
pasos tan pero tan lentos; cuando finalmente lograba llegar, recuerdo que se
sentaba de espaldas a todos nosotros que lo observábamos desde la terraza. Como
que no quería vernos, aunque sabía que lo mirábamos. Con su mano flaca y algo
temblorosa, sacaba el cigarro del bolsillo, y con la otra mano intentaba
encenderlo, luego de varios intentos, lo encendía, y nosotros desde enfrente, nos
divertíamos con las bocanadas de humo…, luego volvía a cruzar, nosotros nos hacíamos
chiquititos bajo el paredón, él simulaba no vernos.
Pasé por esa cuadra esta tarde, vi la terraza muy bien
pintada, se veía una parrilla hecha de ladrillos, ropa muy blanca tendida, y unos
muchachitos jugando con celulares en el escalón de la puerta; enfrente, un
edificio con pileta, salón de fiestas, y un tipo vestido de “seguridad”, fumando
un cigarro, sentado el banco de mi abuelo.
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